Aulas que matan lectores
“-¿No os gusta la literatura? ¿No os gusta leer?
- Leer, sí. Pero la literatura, no.”
Estos días en los que en los departamentos escolares se planifican las lecturas obligatorias -concepto discutible en sí mismo: ¿de verdad se puede obligar a leer?-, no dejo de pensar en ese diálogo de La edad de la ira en el que plasmé una conversación real con una de mis alumnas de Bachillerato.
Sus palabras me parecieron un resumen
perfecto de la distancia abismal que encuentran nuestros adolescentes
entre la pasión lectora y la clase de Lengua y Literatura, donde con 15 y
16 años se les invita -sin anestesia- a ingerir clásicos como La Celestina, El Quijote o La vida es sueño.
Pretender que se emocionen con textos que presentan, ya de por sí, una
importante barrera lingüística es poco menos que imposible, pero el
criterio de que la educación debe invitar a la lectura de los clásicos
hace que se confunda esa invitación con una obligatoriedad que solo nos lleva a perder lectores que jamás disfrutarán con ninguno de esos (maravillosos) títulos.
Claro que se pueden buscar otras
fórmulas. Fórmulas como abandonar el estudio memorístico del hecho
literario (enumeraciones interminables de rasgos de épocas, biografías
de autores, listados de obras…). Se puede cambiar el criterio endogámico
y abrir las puertas de la literatura universal (no solo en la optativa
que lleva dicho nombre). Se puede prescindir del eje cronológico y de su
asfixiante linealidad y empezar desde lo más actual hacia lo más
lejano.Se puede apostar por un criterio temático. Se puede ampliar, de
una vez, el canon y asumir que el siglo XXI existe y que sus autores,
también. Se puede, sí, se puede contagiar la pasión por la literatura si
buscamos títulos que apasionen a los alumnos y que consigan que, cuando
llegue el momento, se acerquen a esas obras magnas que pretendemos
imponerles. En lugar de eso, se empieza un curso de 3º de la ESO (14
años) con El Lazarillo o de 2º de Bachillerato (18 años) con la trepidante obra de Moratín, El sí de las niñas.
Si de verdad queremos que alguna vez se emocionen con El Quijote o con La Celestina
no podemos partir de ellos, sino de otros textos que, siendo también de
calidad, les ofrezcan universos más reconocibles. Más próximos. Textos
desde los que sientan el impulso de buscar otras vías de lenguaje y de
comunicación que acabarán conduciéndoles a las páginas de Cervantes y de
Fernando de Rojas. Y si no fuera así, creo que sí se puede vivir sin
leer El Quijote -por mucho que se pierda no conociéndolo-, pero no se puede vivir sin leer, sin disfrutar de cuanto la lectura nos ofrece.
La LOMCE, sin embargo, en su marcado afán
por destrozar las Artes y las Humanidades (con medidas como el exilio
de la música, de la plástica y de cuanta disciplina creativa se
encuentra a su paso), también ha decidido que 2º de la ESO es un año
estupendo para que nuestros alumnos conozcan la literatura medieval y, a
sus 13 años, se adentren en el fascinante mundo de Berceo y de las
jarchas, entre otras piezas de alto interés juvenil. Luego nos
preguntaremos por qué los quinceañeros no leen poesía o por qué no se
emocionan cuando llega la hora de la clase de Literatura, pero a nadie
se le ocurrirá pensar que para valorar la maravillosa densidad poética
de las jarchas hay que cultivar el sentido poético de los más jóvenes
desde otro tipo de textos y propuestas que sí les permitan entender por
qué no podemos vivir sin versos. Ni sin libros.
Pero aquí seguimos. Ahogados
por programas imposibles donde se pretende que nuestros alumnos vomiten
datos que pueden encontrar en cualquier fuente de información, en vez de
fomentar su espíritu crítico, su sensibilidad y su pasión lectora.
Luego nos sorprenderá que huyan de los libros o que miren con
desconfianza a quien les diga que leer es divertido. Por no hablar de
los profesores -muchos, me consta- que se ven obligados a
hacer malabares para combinar el programa oficial con lo que sienten
-sentimos- que realmente deberíamos hacer. Con lo que sabemos que
queremos y necesitamos hacer.
Entretanto, continuaremos -currículum
oficial en mando- asesinando futuros lectores, acabando con sus ganas de
adentrarse en la ficción literaria gracias a la indigestión de
alejandrinos, sonetos renacentistas y novelas picarescas que trae
consigo cada nuevo curso escolar.
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