Hasta los mismísimos del Cantamañanismo (sobre positivismo, resiliencia y otras memeces)
http://cappaces.com/2015/01/12/positivismo-resiliencia-duelo/
·– Mamá, ¿qué significa “resiliencia”? – me pregunta Ladolescente
– Pues así, resumiendo mucho, viene a ser que cuantas más hostias te dé la vida, más contenta tienes que estar.
Hasta más allá de los mismísimos de dos efectos colaterales de la crisis: el emprendimiento y el positivismo.
La culpa de los cinco millones de
desempleados de este país, la tenemos nosotros mismos. Por no emprender
un negocio propio, original, innovador, productivo y exitoso. Así es,
existen cinco millones de nuevos oficios y profesiones que encajarían en
estos adjetivos que los desocupados no tenemos ni la inteligencia, ni
la imaginación, ni el coraje necesarios para descubrir y llevar a cabo.
Porque también es indudable que, para cualquier emprendedor, este país
es un paraíso: apenas nos encontraremos con trabas burocráticas y se nos
ofrecen líneas de crédito a la vuelta de cualquier esquina.
Otro mantra reciente con el que nos
asaltan a cada hora y en cada recoveco de los medios de comunicación: el
único culpable de nuestros males (físicos, emocionales o materiales)
somos nosotros mismos.
Resulta que hasta hace un tiempo, la propia ciencia de la que deriva este positivismo,
la psicología, incluía el dolor entre las cinco etapas por las que
transita el proceso de duelo hasta llegar a la aceptación y la
superación de una pérdida. Esta nueva corriente no sólo criminaliza esa
fase del dolor, sino que parece plantearse como objetivo la supresión
del propio duelo.
Así que, si nos quedamos en paro, si
perdemos nuestra casa, si sufrimos mobbing laboral o nuestra hija acoso
escolar, si perdemos la movilidad o la vista tras un accidente, si
nuestro hijo nace con parálisis cerebral, si nos diagnostican un cáncer…
sea cual sea la circunstancia a la que nos enfrentemos, nosotros y sólo
nosotros, seremos los únicos responsables de sentir dolor de acuerdo
con esta nueva filosofía de vida. Ya no nos está permitido siquiera el duelo.
Se criminaliza el sufrimiento, la pena, la impotencia, la rabia. A
todos esos reveses de la vida, debemos sumar ahora la culpabilidad por
sentir dolor, por mostrarnos humanos.
Evidentemente que no debemos quedarnos
anclados eternamente en la pérdida o en la circunstancia adversa que el
destino nos imponga, pero ¿de verdad es posible pasar de puntillas por
cada desgracia o siquiera contratiempo que nos suceda? No conforme con
esto, resulta que la fiebre positivista
nos dice, además, que debemos dar gracias al cielo por cada coyuntura
desfavorable por la que transite nuestra vida porque, de esta
forma, nos haremos más fuertes para afrontar el siguiente envite. En
eso consiste la puñetera resiliencia. ¿Nos hemos vuelto locos?
Me volví loca de dolor con la muerte de
mi padre. Me destrozó el diagnóstico de mi hijo. Me duele cada rechazo
que sufre, cada burla que recibe, cada nueva amenaza sobre su salud. Me
rompió la muerte de personas importantes de mi vida que se han ido
demasiado pronto. Siento una punzada con cada contratiempo que mi hija
encuentra en su camino. Me duelen mis propios fracasos y decepciones
personales. Me inquieta la estabilidad material del futuro. Pero resulta
que no puedo pararme a lamentarlo, a sentirlo, a reflexionarlo
siquiera…. No, debo ignorarlo como si le sucediera a otro.
Me gustaría conocer los detalles de las
vidas de los gurús de esta filosofía. O bien son personas enormemente
afortunadas que no han vivido más que ligeros tropezones, o unos
absolutos embusteros que no creen nada de lo que predican. Malditos seáis por intentar hacernos sentir culpables por nuestro dolor.
En la época en la que el diagnóstico de
mi hijo me hacía echarme a llorar por cualquier motivo, en cualquier
circunstancia y en cualquier lugar, un especialista me dijo que en
función de cómo yo me tomara la situación de mi hijo, así sería su
calidad de vida e incluso sus progresos. ¿Alguien puede imaginar
siquiera el peso de esas palabras? ¿lo mucho que incrementaron la
magnitud de mi dolor, al que se añadió además la culpabilidad por sentir
como sentía? Es por eso mismo que me he planteado reflexionar hoy sobre
este tema, para que todas las personas que puedan estar viviendo ahora
mismo esa situación ignoren esas palabras fáciles y vacías. Me gustaría
haber sabido entonces todo lo que las reflexiones de estos años me han
llevado a elaborar. Y, sobre todo, a sentir en función de esos
pensamientos y no de palabras estúpidas lanzadas por quien no tiene la
menor idea de lo que significa estar en mi piel.
Cuando escucho a algún “experto” afirmar
que la esperanza de vida de los enfermos de cáncer depende de sus ganas
de vivir, se me revuelve todo. No existe nadie en este mundo que tuviera
más ganas de vivir que mi padre, nadie que luchara con más empeño y
coraje que él. Lo mató la leucemia, no su falta de ganas de vivir. Y
cada vez que algún cantamañanas lanza ese tipo de mensaje, está
perjudicando e hiriendo a los miles de enfermos que en ese momento le
puedan estar escuchando. ¿Que en sus manos está elegir entre la vida o
la muerte? Mentira, mentira y mentira. Malditos seáis vosotros y vuestra palabrería.
Que no sepáis nunca lo que significa que a
tu hijo le diagnostiquen una discapacidad y pongan límite a su calidad y
esperanza de vida. Que no sintáis la punzada de dolor cada vez que
llega triste, enfadado, frustrado y herido porque nadie ha querido jugar
con él en el patio. Cada vez que veis como se sienta solo en el
autobús, cómo queda relegado en los juegos del parque, cómo debe
enfrentarse a miradas de recelo, a gestos de burla, cómo debe esforzarse
el triple que cualquiera de sus compañeros para alcanzar la mitad que
ellos, cómo se queda sin cuadrilla al llegar a la adolescencia, sin
futuro laboral, sin vida de pareja. Que no se os rompa el alma cada vez
que veáis pasear por el pueblo a adultos con discapacidad en las raras
ocasiones en que salen del centro donde están internados y visualicéis el futuro de vuestro hijo cuando vosotros ya no estéis…
No sé muy bien cuál es el sentido del
dolor. Un sentimiento tan poderoso en lo negativo y que tantas veces
desgarra más que el sufrimiento físico. Quizás sea simplemente un
pequeño descanso que nos da el mundo y que nos damos a nosotros mismos
para recomponernos y volver a levantarnos.
Se supone que el objetivo teórico
de esta nueva filosofía es el de ayudarnos a superar la adversidad y
ser más felices. Bien, no quiero ser malpensada pero sospecho que su objetivo real es
que nos olvidemos de esa construcción colectiva llamada “Estado de
Bienestar” (que con tanto sacrificio levantaron los que llegaron antes
de nosotros y que en los últimos años nos hemos cargado de un plumazo);
convencernos, a base de repetírnoslo cada día de que, a partir de ahora,
vamos a depender de nosotros mismos, de nuestra individualidad (se
acabó buscar, alcanzar y construir metas colectivas) y, sobre todo,
mucho me temo que esta corriente que se empeña en resaltar que nosotros
somos los responsables de nuestro presente y nuestro futuro, acabará
convenciéndonos también de que no hay culpables de la destrucción que en
el campo social, sanitario y educativo estamos viviendo y, por tanto,
tampoco responsabilidades que cumplir. No habrá castigo para la codicia,
rapacidad y corrupción de unos pocos malnacidos, no habrá consecuencias
para el saqueo, la depredación y la destrucción de una sociedad que no
era perfecta, pero se le acercaba bastante. Nuestros hijos no podrán
saberlo.
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