«A los niños se les manda al colegio a que los formen, no a que los eduquen»
El Fiscal de Sala Coordinador de Menores
Javier Huete analiza para ABC los problemas de educación a los que se
enfrentan en la actualidad las familias españolas
- http://www.abc.es/familia/padres-hijos/abci-ninos-manda-colegio-formen-no-eduquen-201603301416_noticia.html
Este
mes de marzo que acaba, Javier Huete está de aniversario. Hace
justamente un año que llegó a su despacho como Fiscal de Sala
Coordinador de Menores, una atalaya privilegiada para realizar un
minucioso balance de los problemas a los que se enfrentan los niños y
adolescentes de nuestra sociedad. Nada más empezar, recuerda cómo su
nombramiento coincidió con el terrible suicidio por acoso escolar de una
chica en un instituto de Madrid, y aprovecha para lanzar una
advertencia a los medios de comunicación. «Si a las puertas del centro
escolar acude la prensa gráfica, la televisiva, la escrita... e invita a
los niños a hablar, no permiten que se siga un cauce de apaciguamiento y
sosiego. Los menores buscan notoriedad y, en esas situaciones, resultan
muy vulnerables y sus reacciones pueden ser poco fundadas».
—Aquella chica que se suicidó estaba siendo acosada por sus compañeros de clase. ¿Está usted de acuerdo con que la edad penal sea de 14 años?
—Siempre que se plantea la reforma es por cuestiones mediáticas como aquel suceso: hay un hecho que tiene mucha trascendencia e, inmediatamente, se plantea que sería bueno bajarla a doce. La edad a partir de la cual la responsabilidad penal es exigible tiene que estar muy meditada y, a mi modo de ver, los 14 años es una edad que permite tener cierta conciencia.
—En 2015 la Ley orgánica de Protección de Infancia y Familia y Adolescencia recordó los derechos del menor, y por primera vez estableció deberes. ¿De verdad era necesario que se precisaran?
—Está bien que se concreten de cara a la sociedad, a la familia, al entorno. Que se les recuerde a los niños que no solamente tienen derechos, sino también responsabilidades. Todo esto, por supuesto ajustado a cada edad y a cada fase.
—En este sentido, seguro que hay algo que recordarles a los padres.
—A los padres habría que recordarles que a los niños se les manda al colegio a que los formen, pero no a que los eduquen. La educación es algo mucho más complejo, pero que tiene que aparecer desde el principio y fundamentalmente en la familia. A los niños les enviamos al colegio para que reciban una formación académica, para que aprendan a tratarse los unos a los otros. La primera educación es en el seno de la familia.
—Lo dice usted como si a la sociedad se le hubiera olvidado.
—Obviamente. El primer lugar donde se debe decir no a un niño es en la familia. Los padres no sabemos decir no a nuestros hijos. Recomiendo la charla de Carles Capdevilla, donde cuenta la historia del niño que le pide una piruleta a su padre. Este le dice que no, y el pequeño se pone amarillo, morado, verde, se le sale la lengua... hasta que el padre le acaba dando la piruleta. ¿Cómo será ese niño cuándo llegue al patio del colegio? Pues dirá: «en mi casa te tienes que jugar la vida pero al final consigues la piruleta». Por esto debemos aprender a decir no, y además, a mantenerlo en el tiempo. Un niño es una personalidad en formación pero no tiene ni un pelo de tonto. Sabe que en casa llegando a un extremo sus padres ceden, aunque pronto se dé cuenta de que socialmente no puede tensar la cuerda. Ni en el trabajo, porque te echan a la calle, ni en una facultad con el catedrático de turno. Es esencial que los chavales aprendan que «no» es «no».
—¿Qué es lo que está fallando a la hora de educar desde las familias, la falta de tiempo, de conciliación...?
—Es un cúmulo de circunstancias. El que se atreva a apuntar un factor determinante se equivoca. Primero, esta es una sociedad que cada vez se vuelve más inhóspita, porque exige de ambos padres unas jornadas que no son compatibles con los horarios académicos o familiares de sus hijos. Además, es una sociedad que es muy competitiva. Estas últimas generaciones están siempre necesitadas de formación complementaria, lo que nos lleva a sobrecargarles de actividades. Y los fines de semana se convierten en una tensión. Unos necesitan descansar, y otros necesitan acción. Y no hay cosa más reñida que el cansancio con la actividad frenética que necesitan unos niños pequeños.
—Las nuevas tecnologías no ayudan mucho a educar.
—Esto también tiene una traducción: no estamos, no hablamos, no conversamos, no hacemos cosas juntos y nos refugiamos en las tecnologías. Los niños de hoy están delante de las pantallas continuamente, ya sean los móviles, las tablets, el ordenador o la televisión. El colmo son ya las comidas con el teléfono encima de la mesa. Ahí de nuevo falla el «no». ¿Cuál es la norma? No se come con los móviles encima de la mesa. Pero el primero que lo tiene que poner en práctica es el padre, que no debería siquiera tenerlo en el bolsillo. Si estás comiendo, estás comiendo y si suena, no se coge.
—Esta es la primera generación de padres con hijos «millenials», y muchos llevan una vida exclusivamente virtual. ¿Qué puede hacer la familia?
—Cuando son más pequeños, crearles actividades distintas a las que requieren el uso de las pantallas. Entre otras cosas, porque se van a quedar sin olfato. Sin vista, seguro, y sin oído, también. Como no existe esa relación personal, el tacto se les va a reducir a los pulgares. No van a tener esas percepciones y sensaciones que son esenciales para el ser humano. Muchas de las relaciones personales se basan en la química, pero esa información hay que aprender a manejarla, y la están perdiendo.
—Por contra, hay muchos padres superados por la técnica.
—Es cierto, pero por este motivo, es fundamental explicarle qué conducta tienen que tener en internet. Es nuestra obligación enseñárselo. Decirles: «no te oculto en la red vas a encontrar lo que quieras, pero debes saber por qué no hay que hacer o entrar en según qué páginas. Primero, porque para que tú veas esas imágenes, han violentado a una mujer, o a un niño, o maltratado a un mendigo, o fomentado el odio hacia el distinto. Y, segundo, porque puedes ser objeto de una persecución legal». Hay valores que tienen que adquirirse previamente como propios, porque son los de tu entorno y los de una sociedad democrática. Los menores tienen que saber que internet no es un mundo de yuppies. Es un mundo paralelo y, aun existiendo, no se debe entrar. No por miedo a que te descubran, que ya sería un miedo suficiente, sino porque lo que hay de trasfondo es muchísimo más grave de lo que se pudieran imaginar.
—El juez Calatayud señala siempre que los niños no deberían tener móvil antes de los 14 años, pero muchos menores reciben un smartphone como regalo de Primera Comunión, con apenas 9 o 10 años.
—No nos damos cuenta de que lo que le estamos dando a un niño de diez años no es un teléfono únicamente para hacer o recibir llamadas. Le estamos dando un ordenador con conexión de datos. Desde un paquete más o menos amplio, hasta llegar al ridículo de regalarle literalmente una tarifa plana. Esto es impensable. Porque con diez años no se está en condiciones de tener una herramienta de la potencialidad y el riesgo que eso comporta. Esto es un error y sería lo primero que habríamos de corregir.
—Muchos discuten con la frase de «es que todos lo tienen».
—Ese argumento no me vale. Habrá que empezar a decir «pues este no lo tiene». Porque también hay que tener en cuenta que con esto empiezan la competición: a ver quién sube más fotos a Instagram, a ver quién tiene más amigos en Facebook, a ver quién tiene más seguidores en Twitter, o en Tuenti. Al final es un concurso en el que todo es superficial.
—Los padres, ¿somos conscientes de la responsabilidad que tenemos?
—Desgraciadamente, muchas veces no. Tenemos una obligación de vigilancia y de cuidado a nuestros hijos por responsabilidad civil, es cierto, pero no somos muy conscientes de que nuestra responsabilidad es anterior: familiar y ante la sociedad. Porque nuestros hijos no nos pidieron venir al mundo. Los trajimos porque fue consciente y voluntariamente nuestra decisión como padres. Eso, que parece de cajón de madera de pino, conlleva unas exigencias de educación, de formación, de seguridad, de estabilidad... No se trata solamente del estricto cumplimiento de leyes. Es algo más. Es tratar a un niño como lo que es, una personalidad en formación que está a nuestro cuidado y que nosotros tenemos obligación de que se desarrolle de manera que luego pueda vivir de forma autónoma en sociedad.
—Aquella chica que se suicidó estaba siendo acosada por sus compañeros de clase. ¿Está usted de acuerdo con que la edad penal sea de 14 años?
—Siempre que se plantea la reforma es por cuestiones mediáticas como aquel suceso: hay un hecho que tiene mucha trascendencia e, inmediatamente, se plantea que sería bueno bajarla a doce. La edad a partir de la cual la responsabilidad penal es exigible tiene que estar muy meditada y, a mi modo de ver, los 14 años es una edad que permite tener cierta conciencia.
—En 2015 la Ley orgánica de Protección de Infancia y Familia y Adolescencia recordó los derechos del menor, y por primera vez estableció deberes. ¿De verdad era necesario que se precisaran?
—Está bien que se concreten de cara a la sociedad, a la familia, al entorno. Que se les recuerde a los niños que no solamente tienen derechos, sino también responsabilidades. Todo esto, por supuesto ajustado a cada edad y a cada fase.
—En este sentido, seguro que hay algo que recordarles a los padres.
—A los padres habría que recordarles que a los niños se les manda al colegio a que los formen, pero no a que los eduquen. La educación es algo mucho más complejo, pero que tiene que aparecer desde el principio y fundamentalmente en la familia. A los niños les enviamos al colegio para que reciban una formación académica, para que aprendan a tratarse los unos a los otros. La primera educación es en el seno de la familia.
—Lo dice usted como si a la sociedad se le hubiera olvidado.
—Obviamente. El primer lugar donde se debe decir no a un niño es en la familia. Los padres no sabemos decir no a nuestros hijos. Recomiendo la charla de Carles Capdevilla, donde cuenta la historia del niño que le pide una piruleta a su padre. Este le dice que no, y el pequeño se pone amarillo, morado, verde, se le sale la lengua... hasta que el padre le acaba dando la piruleta. ¿Cómo será ese niño cuándo llegue al patio del colegio? Pues dirá: «en mi casa te tienes que jugar la vida pero al final consigues la piruleta». Por esto debemos aprender a decir no, y además, a mantenerlo en el tiempo. Un niño es una personalidad en formación pero no tiene ni un pelo de tonto. Sabe que en casa llegando a un extremo sus padres ceden, aunque pronto se dé cuenta de que socialmente no puede tensar la cuerda. Ni en el trabajo, porque te echan a la calle, ni en una facultad con el catedrático de turno. Es esencial que los chavales aprendan que «no» es «no».
—¿Qué es lo que está fallando a la hora de educar desde las familias, la falta de tiempo, de conciliación...?
—Es un cúmulo de circunstancias. El que se atreva a apuntar un factor determinante se equivoca. Primero, esta es una sociedad que cada vez se vuelve más inhóspita, porque exige de ambos padres unas jornadas que no son compatibles con los horarios académicos o familiares de sus hijos. Además, es una sociedad que es muy competitiva. Estas últimas generaciones están siempre necesitadas de formación complementaria, lo que nos lleva a sobrecargarles de actividades. Y los fines de semana se convierten en una tensión. Unos necesitan descansar, y otros necesitan acción. Y no hay cosa más reñida que el cansancio con la actividad frenética que necesitan unos niños pequeños.
—Las nuevas tecnologías no ayudan mucho a educar.
—Esto también tiene una traducción: no estamos, no hablamos, no conversamos, no hacemos cosas juntos y nos refugiamos en las tecnologías. Los niños de hoy están delante de las pantallas continuamente, ya sean los móviles, las tablets, el ordenador o la televisión. El colmo son ya las comidas con el teléfono encima de la mesa. Ahí de nuevo falla el «no». ¿Cuál es la norma? No se come con los móviles encima de la mesa. Pero el primero que lo tiene que poner en práctica es el padre, que no debería siquiera tenerlo en el bolsillo. Si estás comiendo, estás comiendo y si suena, no se coge.
—Esta es la primera generación de padres con hijos «millenials», y muchos llevan una vida exclusivamente virtual. ¿Qué puede hacer la familia?
—Cuando son más pequeños, crearles actividades distintas a las que requieren el uso de las pantallas. Entre otras cosas, porque se van a quedar sin olfato. Sin vista, seguro, y sin oído, también. Como no existe esa relación personal, el tacto se les va a reducir a los pulgares. No van a tener esas percepciones y sensaciones que son esenciales para el ser humano. Muchas de las relaciones personales se basan en la química, pero esa información hay que aprender a manejarla, y la están perdiendo.
—Por contra, hay muchos padres superados por la técnica.
—Es cierto, pero por este motivo, es fundamental explicarle qué conducta tienen que tener en internet. Es nuestra obligación enseñárselo. Decirles: «no te oculto en la red vas a encontrar lo que quieras, pero debes saber por qué no hay que hacer o entrar en según qué páginas. Primero, porque para que tú veas esas imágenes, han violentado a una mujer, o a un niño, o maltratado a un mendigo, o fomentado el odio hacia el distinto. Y, segundo, porque puedes ser objeto de una persecución legal». Hay valores que tienen que adquirirse previamente como propios, porque son los de tu entorno y los de una sociedad democrática. Los menores tienen que saber que internet no es un mundo de yuppies. Es un mundo paralelo y, aun existiendo, no se debe entrar. No por miedo a que te descubran, que ya sería un miedo suficiente, sino porque lo que hay de trasfondo es muchísimo más grave de lo que se pudieran imaginar.
—El juez Calatayud señala siempre que los niños no deberían tener móvil antes de los 14 años, pero muchos menores reciben un smartphone como regalo de Primera Comunión, con apenas 9 o 10 años.
—No nos damos cuenta de que lo que le estamos dando a un niño de diez años no es un teléfono únicamente para hacer o recibir llamadas. Le estamos dando un ordenador con conexión de datos. Desde un paquete más o menos amplio, hasta llegar al ridículo de regalarle literalmente una tarifa plana. Esto es impensable. Porque con diez años no se está en condiciones de tener una herramienta de la potencialidad y el riesgo que eso comporta. Esto es un error y sería lo primero que habríamos de corregir.
—Muchos discuten con la frase de «es que todos lo tienen».
—Ese argumento no me vale. Habrá que empezar a decir «pues este no lo tiene». Porque también hay que tener en cuenta que con esto empiezan la competición: a ver quién sube más fotos a Instagram, a ver quién tiene más amigos en Facebook, a ver quién tiene más seguidores en Twitter, o en Tuenti. Al final es un concurso en el que todo es superficial.
—Los padres, ¿somos conscientes de la responsabilidad que tenemos?
—Desgraciadamente, muchas veces no. Tenemos una obligación de vigilancia y de cuidado a nuestros hijos por responsabilidad civil, es cierto, pero no somos muy conscientes de que nuestra responsabilidad es anterior: familiar y ante la sociedad. Porque nuestros hijos no nos pidieron venir al mundo. Los trajimos porque fue consciente y voluntariamente nuestra decisión como padres. Eso, que parece de cajón de madera de pino, conlleva unas exigencias de educación, de formación, de seguridad, de estabilidad... No se trata solamente del estricto cumplimiento de leyes. Es algo más. Es tratar a un niño como lo que es, una personalidad en formación que está a nuestro cuidado y que nosotros tenemos obligación de que se desarrolle de manera que luego pueda vivir de forma autónoma en sociedad.
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